Silencio de Campanas

Catedral de San Isidro

En esas interminables horas tratando de descifrar enigmas inescrutables en las increíblemente tediosas clases de matemática, su alegre repiqueteo me salvaba de morir de aburrimiento. La campana y su jubiloso sonido venían a rescatarme de la garra infernal de números e incógnitas, pero, claro, cierto día la simpática campana de mi patio escolar fue reemplazada por un moderno timbre. Bien, qué sé yo.

Los años pasaron y cada vez menos las fui oyendo, hasta que hace unos días leí algo que me llamó la atención, "las campanas molestan, los vecinos se quejan".

Ellas, las campanas que para mí, despiertan emociones, atraen a los ángeles y son el sonido de la felicidad están, aparentemente, dando su último paso hacia el abismo del olvido. Es sorprendente cómo todo cambia y se resignifica. Las campanas que tanta calma, tranquilidad y alegría otrora traían con su sonido límpido que sana y avisa, no volverán a sonar. Ahora perturban a todo el mundo, a las torres y a los edificios linderos, la ciudad creció imparable, pero también fastidian en los pueblos... ahora se las percibe autoritarias. Silenciosos quedaron los campanarios.

Catedral de La Plata

Ellas, que acompañaban con un lacónico y espaciado toque un funeral, que llamaban sobriamente a los oficios religiosos, que marcaban el rezo del Angelus o estallaban en un repiquetear para unirse en una fiesta religiosa o cívica de la comunidad, ahora molestan. Desde la antigüedad fueron utilizadas por persas, griegos y romanos, eran campanas laicas; más tarde la Iglesia Católica las convirtió en un objeto religioso.

El origen del nombre se dio en Italia en la zona de Campania, donde se fundían las más grandes hechas de bronce, los cristianos empezaron a utilizarlas a partir del siglo VI, aunque su uso no se generalizó hasta el siglo VIII. Durante la Edad Media se la utilizaba con fines militares, también se usó el redoble de campanas como señal de aviso a la población, en caso de ataques enemigos o calamidades públicas; donde hay campanas no entra el diablo contaba una antigua leyenda medieval...

Basílica de Luján

En el siglo XVII se instauró la costumbre de que, al caer una plaza, el jefe de la artillería sitiadora tenía el privilegio de apropiarse de las campanas del lugar, las cuales eran luego rescatadas por la población a alto precio y Napoleón instauró de nuevo este uso en el sitio de Dantzig, distribuyéndose el valor de las campanas entre los artilleros franceses. Pero nada, su glorioso sonido no volverá a escucharse salvo en conciertos puntualmente pautados; es que las evocativas campanas que fueron durante siglos un símbolo característico de los templos católicos y fueron también una pasión y una atracción turística, en estos tiempos triviales donde abunda la insulsez y la falta de armonía, su sonido parece, molesta.